martes, 20 de mayo de 2008
Castigo cotidiano
Son las 11 de la noche y no hay demasiada gente. La mirada recorre el vagón: caras ajadas, con el agobio de la destrucción, secas de sueños.
Los viajeros duermen como se puede: inclinados, con los brazos en cruz, con camperas de jean y envueltos en bufandas. Un moho sutil los cubre y se convierten en estatuas muertas.
El frío cruza por las ventanillas. Imposible cerrarlas. Unas carcajadas atraviesan el aire, desde el fondo del pasillo llega la música de Arjona y más atrás una voz que anuncia: temas completos, originales, compilados.
El tren se detiene, baja una mujer petisa, encorvada; se tira en el asiento un chico con el MP3 encarnado en las orejas.
Yo silbo por dentro para soportar el olor penetrante, impiadoso que se despliega con la noche. Silbo para no pensar, para olvidarme. Silbo porque aún así, aunque todo perdure, algo deja de parecer eterno y cruel.
TREN PARA TODOS
http://www.trenparatodos.com.ar/index.php
Me parece que es muy importante.
domingo, 18 de mayo de 2008
Somos todos unos infelices
¡¡¡Tal cual!!! Pensé cuando lo leí.
Por supuesto, ahora estoy en casa, pero si trato de leer cuando viajo por la ciudad, por ejemplo en un colectivo, no bajo por la puerta, me tiro por la ventanilla y arrastro todo conmigo: objetos, chofer y pasajeros.
Viajar y leer son (eran) para mí dos actividades simultáneas. Ahora, apenas podés viajar, tratar de leer en ese tiempo es una misiòn más que imposible.
Si el transporte público entra en la ecuación para ser feliz, en Buenos Aires somos todos unos infelices.
lunes, 12 de mayo de 2008
Requisitos para ser feliz
Debe haber algunos requisitos más, pero los dejo para otra ocasión.
Creo que con esta enumeración breve alcanza para abrir una lista de preguntas. ¿No?
domingo, 11 de mayo de 2008
Tarde de domingo
Y gracias a algunos libros seguir viviendo, aunque tengamos el 38 cargado en la mesa de luz.
sábado, 10 de mayo de 2008
Boomerang
Lo que mandás, regresa como el objeto que inventaron los antiguos habitantes de Australia: lo arrojàs al aire y al ratito, otra vez acá.
En el subte hay un cartel que publicita una empresa de viajes. Y hay planos de los subtes de París, Nueva York, Londres y Madrid. Están ubicados de tal forma que uno podría pensar que esos son los planos del subte de Buenos Aires.
El mundo bajo tierra también tiene algo para decirnos: esos caminos posibles tienen un destino, un sentido. (¿Será lo mismo?).
Van de la Porte des Lilas a La Gran Vía y de ahí a Serrano pasando por Central Station o Heathrow.
Ahora estoy en Plaza de Miserere. No bajo aquí. En el lugar de la catástrofe. Mundo de arriba, mundo de abajo. A unos metros de Cromañón, de la avenida Corrientes, el barrio de los rusos que ahora también es de los coreanos. Tránsito caótico, luces fugaces, ese olor a urbe y un aullido de animal feroz.
El hombre en la multitud de Edgar Allan Poe. Un ser anónimo que se desliza en la muchedumbre.
lunes, 5 de mayo de 2008
Viajo por mí
¿Te va bien en Buenos Aires?
Pero yo sueño (creo que como mucha gente) que me puede ir bien acá.
Y por ese sueño no bailo ni patino en la tele. Sólo trato de luchar. Aunque esta ciudad sea un desierto que se llenó de cactus.
Algunas cosas me ayudan a seguir.
Hago una lista, si quieren pueden completarla:
1) Recuerdos de infancia.
2) Paisajes que aparecen apenas cerrás los ojos.
3) Una canción.
4) Algunas líneas de un poema.
viernes, 2 de mayo de 2008
No calco sobre el vidrio
Buenos Aires no es solamente la ciudad de la furia, es también la de los desterrados que vienen a vivir aquí por distintas razones. Yo vine de un pueblo de la provincia, no tenía mucha opción, si me quedaba tenía que casarme con un compañero del colegio o con el ex de una amiga. La urbe era, por lo menos, una oportunidad para intentar otra cosa.
Si vine para acá y no me va bien, me fui de la rutina y me escapé de una vida calcada. Si vine y logro alguno de mis objetivos, algo de mí puede tener valor. Para mí misma, que es lo único que importa.
Por ahora estudio y salgo. Recorro esta región de anónimos y vuelco mi destino hacia un rumbo. No sé qué pasará mañana. Bueno, mañana, sí que sé: porque es sábado.
Gracias a Dios es viernes
Me levanto y salgo corriendo para tomar el colectivo. En la parada hay nueve personas y, a pesar de que todavía no empezó, tienen el invierno encima: bufanda, guantes y gorro. A mí me falta todo eso, pero resisto.
Subo y, como puedo, voy al pasillo. Somos mil en un lugar donde caben veinte. A las dos cuadras hay alguien atrás que me empuja mal. Despacio y mal. Ya te imaginás. Bueno, me corro para el fondo. Me sigue. En un semáforo, se separa de mí. Digo: ya está, se fue. Apenas arranca, otra vez lo mismo. No tengo lugar para darme vuelta ni correrme. El dilema es: me enamoro o le doy un codazo. No voy a decir nada, no puedo. Así, soportando un vaivén de amagues, rechazos, deslices llego a la esquina donde me tengo que bajar. Entonces, trato de mirarlo a la cara. Es un tipo de unos 30 años, vestido con traje y super formal. Me digo: ¿qué pasó?