viernes, 2 de mayo de 2008

Gracias a Dios es viernes

Hoy es viernes, como decía mi profesor de inglés: Thanks God is Friday.
Me levanto y salgo corriendo para tomar el colectivo. En la parada hay nueve personas y, a pesar de que todavía no empezó, tienen el invierno encima: bufanda, guantes y gorro. A mí me falta todo eso, pero resisto.
Subo y, como puedo, voy al pasillo. Somos mil en un lugar donde caben veinte. A las dos cuadras hay alguien atrás que me empuja mal. Despacio y mal. Ya te imaginás. Bueno, me corro para el fondo. Me sigue. En un semáforo, se separa de mí. Digo: ya está, se fue. Apenas arranca, otra vez lo mismo. No tengo lugar para darme vuelta ni correrme. El dilema es: me enamoro o le doy un codazo. No voy a decir nada, no puedo. Así, soportando un vaivén de amagues, rechazos, deslices llego a la esquina donde me tengo que bajar. Entonces, trato de mirarlo a la cara. Es un tipo de unos 30 años, vestido con traje y super formal. Me digo: ¿qué pasó?

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